Arriba a la izq.: Aurora Alvarez Suárez, primera teniente de alcalde de Gijon, del P.C.A., en 1936. Centro: Clara Isabel Álvarez Suárez. Der.: Josefina Álvarez Suárez. Sentados: la abuela (que las crió) y el padre, José Álvarez, el ferrero de Santianes.

José Álvarez Fernández

Alan Arnaldo Martín-Peralta.

Frio… frío mes de noviembre. Hace frio, las hojas del castaño cayeron, como cayó sobre la tierra un frío viento proveniente de Galicia…

Fría… Fría está la casa, frías están las casas de quienes fueron a buscar, encontraron e impidieron regresar, frías carcasas sobre o bajo la fría tierra. Pero a mí no me iban a llevar, no.

A Somiedo tendría que haber ido, así pensaron los de Restiello, tal vez lo dijo alguien, bien bajo, por si acaso, en la entrada del cementerio de Santianes, donde me hallo. Donde me enterraron, como escarnio eterno ya que no me cogieron, porque sí, a mi no me iban a llevar, no, así que, rodeado, lo tuve claro, sonó un disparo y se hizo el silencio.

Con gritos de fondo, me tranquilizó el pensamiento de que, al menos, mis hijas estaban lejos de esa tétrica escena. Mis hijas, maestras las tres, Clara, Aurora y Josefa, en ese orden mi María las había engendrado, mi María… estarías orgullosa de nuestras niñas.

Nuestra Clara quedó con el marido y sus hijos, aguantó en esta España mancillada y, tras mucha espera, recuperó el ser maestra. No debió ser fácil quedar aquí, remontar el
vuelo con bocas que alimentar, mientras las casas, con su sola soledad, gritaban y los verdugos se enseñoreaban por calles y caleyes, vencedores, asesinos.

En cambio, Aurora y Josefa… con niños bajo su custodia, el exilio delante, la guerra detrás… No quedaba otra y el destino, feroz, su jugada cantó. A la Unión Soviética partieron, donde, tras la guerra, otra guerra peor.

Sí, conocieron allí el amor, pero de poco les sirvió. Por aquella época los comunistas españoles tuvimos poca esperanza de vida y, siendo así, aquellos amores en España cayeron, con aquel bonito sueño de salvar a nuestra ensangrentada tierra. Pobres, pobre Gonzalo, pobre Cecilio, amores de mi Aurora, pobre Valentín, que tal vez pensó en Josefa justo antes de ser acribillado en Teruel por la Guardia Civil. Pobres.

Sin embargo, madre, aquí seguimos, ergo vencimos, Porque la gente de Ca Manuela todavía es recordada. No es fácil. la guerra parece que sigue en los corazones de mucho indecente, pero se nos sigue recordando. No se olvidan las casas, ya en ruinas, en su soledad gritando, ni las frías carcasas ni otras tantas experiencias y atroces asesinatos.

Madre, no se me olvida, que me estarán pisando, pero esa entrada al cementerio grita, grita fuerte, porque ni diez, ni cien metros de tierra son capaces de ahogar mi martilleo. No se me olvida, madre, mis nietos no me olvidan, quieren justicia, acabar con el escarnio «eterno al que me condenaron. Madre, no se nos olvida.