La partida

Alicante, marzo 1939

Alicante, 28 de marzo, 1939

  • Puerto de Alicante, 28 de marzo, 1939
  • Buque Stanbrook.
  • De Alicante parte un colectivo muy numeroso,  de más de 2.600 pasajeros, rumbo a Orán.
  • Meses después, de Orán parte en dirección a Leningrado, vía Marsella-El Havre, un colectivo de unos 150 pasajeros; entre ellos, 15/20 niños/as.
  • Itinerario: Alicante-Orán-Marsella-París-El Havre-Leningrado-Moscú.
  • Llegada a Leningrado en el verano de 1939
Antonio Machado, su madre Ana Ruiz, su hermano José y su esposa Matea y las tres hijas: Eulalia, María y Carmen, evacuadas a Rusia en 1938. Fuente: Revista Machadiana

El buque Stanbrook en el puerto de Orán.

“Llegaron a Orán en la tarde del día 29 de marzo, después de más de 20 horas de travesía. Sólo desembarcaron en los dos días siguientes las mujeres, los niños y los heridos o muy enfermos. El resto permaneció casi un mes en el buque, vigilados desde tierra, y convertido en una inmunda prisión flotante sobre los muelles del puerto, sometidos a una penosa y deplorable cuarentena” (“El Stanbrook, un barco mítico en la memoria de los exiliados españoles ” En: Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea , nº 4., año 2005, pp. 65-81. Universidad de Alicante.)

Antonio Machado, su madre Ana Ruiz, su hermano José y su esposa Matea y las tres hijas: Eulalia, María y Carmen, evacuadas a Rusia en 1938. Fuente: Revista Machadiana

S.S. STANBROOK. Texto extraido de Archivo de la Democracia. El exilio republicano en el norte de África (Universidad de Alicante):

El 28 de marzo partió del puerto de Alicante a las 23 horas de la noche. El Stanbrook era un cargo mercante pequeño de 1.383 toneladas, 70 metros de largo y 10 metros de ancho, construido en 1909 por la Tyne Iron Shipbuilding de Newcastle y remozado en 1937. Fue vendido en 1936 a la Stanhope S.S. Co. Por motivos de seguridad el barco viajó con distintas banderas en tareas de abastecimiento de la zona republicana y éste, concretamente, lo hizo con bandera inglesa. Siguió prestando servicio en la marina mercante hasta que fue hundido torpedeado por el submarino alemán U 57, el 18 de noviembre de 1939, a la entrada del puerto de Amberes. Según Germinal Ros, en los campos de concentración de Argelia se le rindió un minuto de silencio. El mejor comentario lo hace el propio Ros: “Aquel navío se lo merecía“.

Antonio Machado, su madre Ana Ruiz, su hermano José y su esposa Matea y las tres hijas: Eulalia, María y Carmen, evacuadas a Rusia en 1938. Fuente: Revista Machadiana

Desembarco de refugiados del Stanbrook, en Orán.

De Alicante a Orán, por Nieves Cuesta

Llegamos ya de noche, llovía. El coche se vio obligado a detenerse antes de entrar en el puerto. Paco me cogió de la mano y rompiendo muchedumbres, abriéndonos camino entre la gente que abarrotaba todos los alrededores y que ansiaba lo mismo que nosotros, conseguimos entrar en el recinto. Pero ¿y mis papás?, ¿quién sería capaz de encontrar a nadie en aquel desorden? Además se exigía documentación y yo no la tenía, Paco sí. Desconcertados, sin saber qué hacer, topamos con un golpe del destino, encontramos a un matrimonio del Partido muy conocido, Santacreu y Pepita que, al vernos en tal situación, me incluyeron allí mismo en su pasaporte, como hija.

La primera barrera fue vencida, pero más adentro, la muchedumbre se replegaba en dirección a un único barco atracado en el muelle, un carguero inglés, un carbonero de nombre “STANBROOK”. El vapor ya estaba abarrotado de gente en cubierta, la escalerilla taponada y miles, sí, miles de personas abriéndose paso hacia aquella inaccesible escalerilla de la salvación. Me perdí de Pepita y su marido, pero recuerdo que Paco no me abandonó, no me soltó de la mano en ningún momento. ¿Qué hacer? El tendría entonces 18-19 años, cuando la imaginación y la fuerza responden a cualquier llamada. Se dio cuenta de que la gente del barco tiraba cuerdas e izaba a bordo a los desesperados del suelo y percibió en ello la solución. Me mandó no moverme de allí y desapareció. Al rato, cuál no sería mi asombro y alegría, cuando asomado a la cubierta me llamó, me tiró una cuerda y me gritó: “¡agárrate fuerte!”. Me agarré como una lapa al destino que me brindaba una mínima posibilidad de sobrevivir. Y digo bien, sobrevivir, porque de no haber montado en aquél último barco hubiera corrido la misma suerte de miles de personas, mujeres, mujeres con niños, hombres… Quedaron todos con la esperanza de subir a bordo de la libertad y del exilio en otros hipotéticos barcos que nunca llegaron. Muchos optaron por quitarse la vida, como último acto de protesta contra el fascismo. Algunos prefirieron tirarse al agua o pegarse un tiro antes de caer en manos de los vencedores franquistas.

Los que quedaron atrapados en aquél callejón sin salida fueron conducidos a improvisados campos de concentración y sufrieron sobre sus carnes todas las penurias de la represión franquista, cárceles, torturas, violaciones, fusilamientos, … inenarrable, atroz. Después de cachearles y quitarles hasta los objetos personales, después de aquel expolio, fueron conducidos entre una doble fila de soldados moros que les apuntaban con fusiles y ametralladoras, unos al lamentablemente conocido “Campo de los Almendros”, al Castillo de Santa Bárbara otros, y hasta la Plaza de Toros fue utilizada como prisión provisional sin las más mínimas condiciones de supervivencia para aquella multitud desvalida. El puerto se había convertido en una trampa para miles de republicanos que comenzaron ahí las vicisitudes de la represión franquista. La tragedia de los refugiados del puerto de Alicante fue la agonía de la República,

30 de marzo de 1939.

Pero Paco y yo estábamos a salvo.
Embarcados en el Stanbrook salimos 2.638 personas, más o menos. ¿Dónde estarían Guardiola y Estefanía?

Aquella noche la pasamos acurrucados en un rincón de la cubierta, muertos de frío por las bajas temperaturas y de miedo porque durante las primeras horas nos vimos perseguidos y bombardeados por el “Cervera”, crucero franquista, que junto al “Canarias” ayudaron a la ocupación de los puertos españoles más importantes cuando las fuerzas terrestres de los nacionales conquistaban las ciudades. Tras varias millas de persecución, por suerte, sólo las salpicaduras de agua ocasionadas por los obuses nos alcanzaron. Ni siquiera sabíamos que íbamos en dirección a África, y no a Francia; tan hacinados nos encontrábamos que nos servíamos de abrigo mutuamente. Noche interminable e inolvidable. Hasta que amaneció.

Por la mañana tomamos conciencia de la situación; todo el mundo buscaba a alguien o algo que había perdido la noche anterior y mi tío también se puso en movimiento, aunque con pocas esperanzas…. y, de repente, el azar nos brindó otra de sus felices casualidades: encontramos a Francisco Ferrer deambulando por cubierta y respirando el aire fresco de la mañana.
Ferrer era un íntimo compañero de partido de mi padre. Se sorprendió al vernos y él mismo no lo creía:

– ¿Qué hacéis aquí? –

Resulta que en la bodega, junto con su mujer Enriqueta y otros camaradas, estaban también Guardiola y Estefanía. Fue como si el cielo se nos hubiera abierto a los dos. Yo rompí a llorar.

Bajamos como pudimos con él a aquel maloliente y oscuro sótano, lleno de gente amontonada e indefensa, todos sentados y acostados sobre los restos de carbonilla húmeda, porque el barco, al fin y al cabo, era un carbonero.

El encuentro fue emocionante para todos y sólo hubo un momento de confusión y apuros cuando Estefanía nos preguntó por las maletas. Quedamos sólo con lo puesto y los pocos enseres que mi mamá había dispuesto desaparecieron para siempre.

No recuerdo los días que duró la travesía, pero nos enteramos que nos dirigíamos a Orán, al norte de África, en vez de a Francia.

(…)

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Extraido del libro “Simplemente mi vida“, Capítulo II. Alicante, de Nieves Cuesta.

De Orán a Marsella, París, El Havre y Leningrado, por Nieves Cuesta

No recuerdo bien cuántos meses pasaron, tal vez dos o tres, pero aquel infierno se hacía insoportable. Algunas personas murieron, y recuerdo cuando traían unas cajas de cuatro tablas mal clavadas, introducían en ellas sus cuerpos y se las llevaban los moros. Todo tiene su comienzo y su final y tras muchos días de negros nubarrones, rayos y centellas, siempre amanecerá otro con rayadita de sol, su luz y su calor. Así fue.
Amaneció un día de esos en que cambia el rumbo de nuestro destino y del que depende el futuro de nuestras vidas.
Ese día vino alguien a llamarnos a nosotras y a algunas más como, por ejemplo, a Enriqueta, la mujer de aquel Francisco Ferrer que nos descubrió en la cubierta del barco. Nos llevaron a una pensión céntrica de la ciudad y allí estaban esperándonos nuestros maridos y padres, sólo unos cuantos, sólo los elegidos y afortunados. Eran todos destacados miembros del Partido, dirigentes, que por mediación de los organismos internacionales comunistas habían conseguido un salvoconducto a la URSS, el país del proletariado, el paraíso del trabajador, el régimen socialista único en el mundo que, después de la Revolución de 1917, había implantado la igualdad, la justicia, el derecho al trabajo y a la instrucción, habían repartido la tierra entre los que la trabajaban y habían anulado para siempre la explotación, la esclavitud y la propiedad privada.
El gobierno de trabajadores y campesinos, bajo la dirección del Partido Comunista y su indiscutible y único jefe, Stalin, habían hecho desaparecer todo indicio de régimen capitalista e instalado las bases para que unidos todos en la gran familia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, nadie en el mundo pudiera superarlos en productividad y bienestar. Eso era lo que Guardiola nos explicó para que llegáramos preparados a comenzar una nueva vida en la URSS.
Nos metieron en un barco especial rumbo a Marsella a un grupo bastante numeroso, sobre todo matrimonios y algunos niños. Unas 150 personas. Fue emocionante nuestra travesía hacia el norte, a todo lo largo de la costa levantina y no muy lejos de las Islas Baleares que divisábamos claramente en el horizonte pensando que sólo un poco más allá, fuera de nuestra vista, se encontraba Alicante, nuestro querido y perdido Alicante.
Aquel barco debía ser especial para refugiados republicanos porque sus bodegas estaban repletas de fardos de ropa de todas clases, de caballero, de señora y de niño, calzado, abrigos, vestidos, trajes, jerséis, ropa interior, absolutamente de todo. Debían de ser donativos de la gente porque era ropa usada, pero en muy buen estado y limpia.
Nos dijeron que cogiéramos lo que nos viniera bien y lo que nos hiciera falta. No puedo expresar con palabras la sensación que tuve al verme sumergida en aquella abundancia, encaramada en aquel montón de fardos, rebuscando a mi medida y gusto. Los demás estaban haciendo lo mismo con el mismo afán. Aparecieron maletas que nos ocupamos de llenar con todo lo necesario y yo me sentí feliz. Con mis casi catorce años escogí lo que me gustó, me vestí de mujer sin que Estefanía me impusiera colorido ni hechuras infantiles como hasta entonces había hecho. Y lo principal que recuerdo, me busqué mis primeros zapatos de tacón, no muy alto, de adolescente, pero tacón. ¡Qué ilusión! Me vestí después de algunos arreglos que Estefanía me tuvo que hacer, me miré en el espejo y quedé sorprendida, me habían cambiando, había pasado de niña a mujer en un abrir y cerrar de ojos. Así seguí, con el mismo aspecto que yo recuerde, hasta por lo menos el otoño-invierno de aquel mismo año, cuando los 20 grados bajo cero me obligaron a cambiar de apariencia, de indumentaria y de modelos. Eso ocurrió en Jarcov, en el invierno de 1939-1940.
Llegamos a Marsella sin novedad, ya un poco repuestos del hambre y aseados. Allí nos estaban esperando unos autobuses en los que cruzamos Francia hacia el norte. En París nos dieron unos paseos para enseñarnos un poco la capital, pero sólo me quedó grabada la Torre Eiffel porque había oído hablar de ella antes, todo lo demás se me borró.
En el puerto de El Havre estaba anclado esperándonos el buque ruso “Cooperatsia” que antes, en 1937, ya había llevado a la URSS expediciones de niños evacuados españoles de Bilbao y Gijón. Nos acomodaron en buenos camarotes, por familias, e iniciamos el viaje hacia Leningrado. Eso debía ser ya en el mes de mayo. Estefanía se mostraba preocupada por lo que había dejado atrás y temerosa por lo desconocido. En cambio yo era feliz por la aventura tan interesante que me estaba esperando, ilusionada por conocer mundo, aprender el idioma y ver en la realidad el paraíso que me había imaginado después de todas las peripecias vividas durante la guerra.
Guardiola se encontraba rodeado de todos los camaradas que compartían sus ideales y lo apreciaban y de gente que él admiraba, destacados miembros del Comité Central unos, y militares de alta graduación del ejército republicano, otros. Todas sus conversaciones giraban en torno a los errores cometidos en la línea política llevada a cabo por los diferentes partidos. Sufrían por la cantidad de compañeros que habían caído en manos de los vencedores franquistas y estaban siendo torturados y fusilados.
Una cosa tenían clara y es que aquella situación no podía durar, quizá meses o un año, pero no más. La dictadura franquista sería borrada de la faz de la tierra pronto, muy pronto, con las ayudas de los países vecinos, de la Unión Soviética y de ellos mismos que no cesarían hasta regresar a una España libre.
Lo malo siempre crees que no va a durar, pero luego se te hace larguísimo, interminable.
Aquél viaje también se nos hizo pesado, nos mareamos, sólo tomábamos té y ahí aprendimos las primeras palabras chay-té, sajar-azúcar y hasta la difícil losechca-cucharilla. De ese modo iniciamos el aprendizaje del idioma.
En el puerto de Leningrado nos esperaba una multitud de gente saludándonos con pañuelos blancos y pancartas aludiendo a los héroes de la contienda antifranquista. Nos recibieron como a verdaderos héroes, con música y aplausos. Al bajar nos agasajaron con chocolatinas, galletas, bebidas, flores…., todo organizado por las autoridades locales.

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Extraido del libro “Simplemente mi vida“, Capítulo II. Alicante, de Nieves Cuesta.