Casas 10 – 11

“Nos ubicaron en una casa muy bonita, de dos plantas…los dormitorios estaban situados en la planta de arriba, y en la baja había otras tres habitaciones, unos vestuarios con sus correspondientes taquillas, lavabos y un aplio salón, donde comíamos y hacíamos los deberes, o mejor dicho, dibujábamos y aprendíamos lo que era esencial para nosotros en aquel entonces: las letras y los números, todo en español, ya que los profesores que nos acompañaban, al margen de los educadores rusos, eran todos españoles, especializados cada uno en una asignatura…en aquella dacha nos alojamos los veintiocho niños más pequeños.

Nos daban muy bien de comer, en abundancia y con un rigor alimenticio que jamás habíamos visto en Gijón. Hasta llegamos a acostumbrarnos al caviar, al que acabamos cogiendo el gusto que ese exquisito manjar se merece. Nos lo daban en desayunos y meriendas, e incluso entre horas, en bocadillos. Las cosas cambiaron con el tiempo, claro “

Santiago Martínez Pelayo en “El niño de la guerra” de Bela Martínova, pág. 25 a 34)

“Nos llevaron a Pushkin, que está a los alrededores de Leningrado, porque allí había una casa de párvulos, de niños pequeñitos. No iban a la escuela todavía… tenían 5 añicos entonces, creo yo, no podían ir a la escuela y había una casa especial para niños pequeños, había más pequeños que ellos incluso. No eran muchos… era una casita como de cuento, preciosa. (En Pushkin estaba) la residencia de los zares rusos, el famoso palacio de Catalina, y nosotros vivíamos allí al lado…ese palacio lo conocía, siempre estábamos allí, siempre estábamos en los jardines con los lagos que hay… hay un lago precioso. Luego estaba también el palacio de Alejandro y ese también lo conocíamos perfectamente” (Testimonio de EM, en “Memoria, Educación e Historia…”, tesis doctoral de Susana Castillo, pág 202 a 205)

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“De allí nos repartieron por grupos a distintos lugares. A nuestro grupo nos tocó ir con otro de santanderinos al poblado de Pushkin. Nuestra casita era para un círculo infantil, con mesitas, sillitas y camitas chiquititas, muchos juguetes y libros de cuentos. Los mayores no cabíamos en las camas y hubo que habilitar otras más grandes. Al mes de permanecer en aquel paraíso, a los mayores nos trasladaron para la ciudad de Leningrado, quedando allí los menores de siete años, y entre ellos mi hermana Maruja. (Testimonio de Isabel Argentina Álavrez Morán, en Los niños de la guerra cuentan su vida, cuentan tu historia, Moscú 2015, AGE, Centro Español de Moscú, Fundación Nostalgia, Archivo Nacional de Cataluña)