San Sebastián, 1931

VÍCTOR ARETA

Madera

Niños de Rusia

Víctor Areta, rey de la Taigá

UN INTERESANTE ARTÍCULO SOBRE LA REPÚBLICA DE KOMI
Autor: Inkomi, 28 de octubre, 2005.
Traducción del ruso: G. B.
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No es difícil encontrar el fin del mundo en la taiga: donde termina la carretera, allí está el límite. El diminuto pueblo de Vekshor (en el distrito de Priluzsky, República de Komi) se encuentra justo en ese borde; no hay carretera más allá.

Pero eso es hoy. En el pasado, el camino a cualquier extremo del mundo estaba abierto de par en par: la gente podía llegar a todos lados desde el pueblo por el agua. La madera, talada en los alrededores de Vekshor, era botada por los balseros a los pequeños ríos para conducirla después, a lo largo del Luza, hasta el Dvina y más allá, hasta el Mar Blanco.

Victor Areta, un antiguo residente de Vekshor, aún vive en aquella época. Cuenta con orgullo cómo, de joven, pasaba de una orilla a otra del río Lusa sobre troncos flotantes. Para un balsero era la acrobacia más arriesgada, como lo es para un piloto el aterrizar la nave sobre su vientre, con el tren de aterrizaje sin desplegar.

A pesar de su aparente aspecto de bloque, los troncos embalsados se sumergen súbitamente bajo el agua en cuanto un pie los toca. Los balseros tienen que pasar volando, casi como un rayo, saltando de tronco en tronco. Y en aquellos tiempos no sólo había que pasar por encima de los troncos hasta la otra orilla, sino también con un pesado gancho para “desmontar la presa”, es decir, liberar los troncos cuyo entrelazamiento creaba un dique de madera en las caudalosas aguas del deshielo.

Un hombre con un trabajo así debe tener un excelente sentido del ritmo -dice Victor con aire soñador- Supongo que lo tengo por naturaleza

Su sentido del ritmo era, en efecto, extraordinario, recuerdan hoy otros veteranos de Vekshor. Sin embargo, no lo recordaban por trabajar juntos en aquello. La capacidad de caminar sobre troncos sorprendía a pocos en el pueblo por aquel entonces. A Areta lo recuerdan como el auténtico rey del baile: cuando, después de un duro turno, el balsero aparecía en la Casa de Cultura con un traje oscuro y pajarita, todas las damas del lugar se derretían: ¡un Dios griego! En ese momento, la mayoría de las parejas paraban de dar vueltas monótonas al son del acordeón y dejaban la pista libre para el verdadero maestro. ¡Y Areta deslumbraba a todos! Fue él quien extendió la moda del tango y el pasodoble entre los bosques de la comarca.

Observando su perfil aguileño, al principio pensé que Victor era oriundo del Cáucaso. Pero cuando le pregunté por el nombre de su padre, para dirigirme a él, fue condescendiente conmigo:

Si quiere, puede llamarme Amenabarovich. Mi padre se apellidaba Amenábar. Pero los españoles no empleamos patronímicos”.

Víctor es natural de la ciudad española de San Sebastián. Llegó a Rusia como otros muchos españoles de su edad. En 1937, Víctor, con seis años, junto con un grupo de niños españoles, fue evacuado por mar a la Unión Soviética desde la España en guerra. Desde Leningrado lo enviaron a uno de los sanatorios de Crimea y después a un internado cerca de Járkov. Aquí, por segunda vez en su corta vida, Víctor experimentó el horror de los bombardeos: nada más comenzar la guerra el internado fue evacuado lejos de la línea del frente. Primero cerca de Stalingrado, al pueblo de Danílovka, y después a la ciudad bashkir de Meleuz.

Al final de la guerra, Areta dominaba el ruso, había aprendido el oficio de tornero y consiguió trabajo en una fábrica de Moscú. Su jefe de taller era un español. Y con él, trabajaban también compatriotas de su internado de Járkov. Tal vez, cree Víctor, ésa podría haber sido su vida en Moscú hasta el momento en que fuera posible regresar a España. De hecho, ése fue el destino de la mayoría de sus compañeros.

Pero a Areta, la vida le tenía reservada una sorpresa. A principios de los años cincuenta, Víctor se reencontró con su hermana mayor, de la que se había separado durante la guerra. El encuentro fue tan emocionante que el tornero no fue a trabajar en varias semanas. Entonces se asustó: pensó que tal descuido con el trabajo, incluso para él, un español, podría acarrearle pena de cárcel. Así que se fue de Moscú y empezó a deambular por el país, probando ciudades y profesiones. Un día decidió apuntarse a trabajar como balsero por un tiempo en la República de Komi. Llegó a Vekshor en abril de 1954. Y fue para siempre.

La taiga, dice Victor, lo ató sólidamente. Se convirtió rápidamente en uno de los mejores balseros del distrito. Pero su verdadera pasión era el bosque. Areta consiguió unos perros de rastro y se convirtió en un ávido cazador/pescador.

En los años 80, la madre de Victor, Martina, y sus hermanas Teresa, Carmen y Begoña, que había regresado a España, localizaron a su pariente desaparecido con la ayuda de la Cruz Roja. Comenzaron a mantener correspondencia con Víctor, invitándole a regresar a su tierra natal, donde su madre conservaba un pequeño piso en San Sebastián para su hijo. En las cartas de respuesta, escritas en una mezcla de ruso y español, Victor contaba a sus parientes que hacía tiempo que se había casado, construido una casa en Rusia y tenido hijos. Además de trabajar como balsero, criaba cerdos y cabras en su propia granja. “¿Adónde iba a ir?, se preguntaba razonablemente a sí mismo y a sus parientes lejanos.

Sus familiares no perdieron la esperanza de persuadir al norteño para que regresara a casa. Le enviaban libros en su lengua materna para que no olvidara España. Una vez, se lamentaba Víctor, su hijo compuso un lote con esos libros y los llevó a la escuela: tenía que cumplir con el plan de reciclaje de papel usado. Y qué bien le vendrían ahora esos libros, cuando se ha quedado solo en un pueblo moribundo, habitado por otros viejos balseros como él. Sus hijas y su hijo hace tiempo que se marcharon a las ciudades y pueblos de Komi, y su mujer ha fallecido.

Areta vive solo en una enorme casa de troncos que construyó con su suegro para una familia rural numerosa. Su pensión es más que suficiente para vivir. Amenabárovich no bebe ni fuma, sólo compra pan y salchichas en la tienda. Únicamente se diferencia de los demás vekshorianos en que aborrece el alcohol. Por lo demás, es como los otros: pescador y cazador, jardinero y apasionado de los baños con retama de abedul*. No hace mucho, Victor decidió por fin quién era realmente: fue al centro del distrito y obtuvo la ciudadanía rusa. Desde hacía décadas sólo contaba con un permiso de residencia.

No fui por un mero trozo de papel, sino por sentir a dónde perteneces. Sin la ciudadanía, no podía votar. Todo el mundo votaba, y yo, como un desposeído, sentado en casa. Era una pena”.

Además de su amor por el bosque, dos pasiones bullen en su interior: su afición al baile y al fútbol. Sin embargo, ahora sólo disfruta de ambas por televisión.

– “Los españoles juegan mejor, pero yo sólo animo a nuestro equipo“, dice.

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En 2021, Víctor Areta cumplía 90 años (Nota del traductor).

* En los pueblos rusos, las Casas de Baños (БАНЯ – “bania”) con agua y mucho vapor son habituales. En algunas, al entrar se proporcionan pequeñas ramas para batir la piel con ellas y relajarla, estimulando la circulación (Nota del traductor).

 

Víctor Areta Amenábar.

Niños de Rusia

Los hermanos Areta

En Komi, conoció a María, con la que vivió 44 años. Tuvieron dos hijas y un hijo.

 

Río Luza, en el perímetro de Vekshor.

San Sebastián, 1931

Víctor Areta Amenábar

Balsero