Los 900 días, de Salisbury

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Gonzalo Barrena. La obra del periodista estadounidense Harrison Evans Salisbury (1908–1993) fue escrita tan sólo 25 años después del Cerco de Leningrado. Su autor fue corresponsal en la URSS durante las últimas etapas de la Gran Guerra Patria y, durante varios años (entre 1949 y 1954), fue responsable de la oficina del New York Times en Moscú. La calidad de su información y documentación está bien acreditada, por tanto, y el autor la desgrana directamente en el apéndice de la propia obra, donde se detallan los testimonios y documentos que han servido de referencia en cada capítulo.

Este mismo autor cubrió posteriormente el complejo proceso bélico de Vietnam y los sucesos de Tiananmen, por lo que no puede reprochársele falta de contacto directo con la realidad bélica, política o social de los campos sobre los que escribe. Y esa cercanía es lo que confiere, a mi entender, un importante crédito a su obra.

El libro, de casi 700 páginas, es prolijo en detalles y perspectivas sobre los diversos episodios por los que pasa la ciudad. Es equilibrado en los juicios y crítico con la verdad dictada. No incurre en la fobia anticomunista de la guerra fría y está lejos de las tesis conspiranoicas y del pensamiento simple, cada vez más presentes en el universo periodístico actual, donde demasiados profesionales se han entregado al activismo.

Sin embargo, e independientemente de su crédito, “Los 900 días de Salisbury” pertenecen a ese sector “alineado” de las producciones occidentales, siempre atentas a detectar los errores soviéticos, incluso en medio de un intenso bombardeo. Los crímenes de Stalin y la paranoia atmosférica que se respiró durante todo su mandato dificultaron sin duda la respuesta debida a la agresión nazi, pero no pueden convertirse ni en lente ni en venda a la hora de interpretar “el verdadero asunto de Leningrado”, un auténtico genocidio en sentido amplio y en cualquier caso un crimen contra la humanidad.

Es de agradecer la ausencia en las alusiones a la Wehrmacht (nombre de las fuerzas armadas de la Alemania nazi entre 1935 y 1945) de la devoción vergonzosa y falta de lucidez propias del género “Hazañas Bélicas”, tan frecuente en los presuntos historiadores o documentalistas militares. Pero se echa en falta que a la hora de interpretar el prolongado y cruel asedio de Leningrado, la linea directriz del análisis siga entretenida -no desviada- por la política de bloques. El Cerco de Leningrado fue un crimen contra la humanidad de proporciones y cifras escalofriantes. La estrategia, táctica y prácticas del ejercito alemán con la población rusa, aquí con toda la de Leningrado, estuvieron inspiradas por la misma barbarie e intención que alumbró el Holocausto: la aniquilación completa de un pueblo, que se concretó, con un redondeo estremecedor, en más de un millón de muertes, la inmensa mayoría de ellas por hambre y por frío. Y no cabe inteligencia alguna -sino aberración- en las previsiones nazis, ni jamás hay valor militar bajo el crimen.

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En la obra no aparecen alusiones explícitas a los “niños españoles de la guerra”. Únicamente hay una referencia al buque Kooperatsia y al desafortunado destino de su capitán, enésima víctima de la psicosis estalinista.

Tampoco hay mayores referencias a la actuación de los españoles de la División Azul, salvo una mención a su alojamiento en el Pabellón Zubovsky, en el conjunto palaciego de Catalina la Grande, en Pushkin.

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El libro, publicado en inglés en 1969 y editado en castellano por Plaza y Janés en 1970, está agotado. No obstante puede conseguirse por encima de los 40 euros en el mercado de segunda mano.

Gonzalo Barrena Diez, 29 de diciembre de 2020.

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29 diciembre, 2020